Se ve que este año me ha dado por reencontrarme con la naturaleza o encontrarme con Heidi y Pedro por medio de una montaña, porque cada fin de semana lo he pasado pues eso, en la montaña.
La semana pasada mientras íbamos de camino a nuestra expedición comandada por la ONU, vimos en una revista de viajes y rutas unas cuevas con estalactitas perdidas en el medio de quién sabe dónde. Según la guía, era conveniente ir en coche porque estaba muy alejado. Al principio decidimos que era impensable ir, pero después yo seguí dándole vueltas, y empezamos durante la semana la labor de investigación para ver si sería posible ir.
En principio la cuestión era más o menos sencilla: había que coger un tren/bus hasta Grasse, luego un bus de Grasse a Saint Cézaire, y desde allí se llegaba pronto a las cuevas de Saint Cézaire (en donde según la guía, hacía una temperatura de 15 grados mientras que en el exterior el termómetro marcaba 30).
El sábado fue el día elegido para irnos de ruta. Lo teníamos todo perfectamente cronometrado (hice un croquis de horarios que creo que nunca más en mi vida me saldrá otro así de perfecto). Entre medio de transporte y medio de transporte teníamos un margen de unos 10 minutos (siendo Francia y teniendo en cuenta que aquí son generalmente superpuntuales, no debería de haber problemas). ¿Preparados para el viaje? Pues bien, coged vuestra mochila, una botella de agua y allá nos vamos.
9.10. Quedamos en la estación de tren. Cogemos nuestros billetes y allá nos vamos. Después de un mes madrugando todos los días (incluídos los fines de semana) el cansancio va haciendo efecto, así que en el tren la japonesa y yo no hechamos una siesta inintencionada (la representación suíza en este caso se quedó en casa con su amiga). De repente una voz nos despierta y era una especie de azafata/controladora/ que van aquí en los trenes para vigilar que todo el mundo ha bajado/subido al tren (y no, no hace funciones de revisor). La pobre nos despertaba para preguntarnos a dónde íbamos ya que creo que en ese momento dormíamos a pierna suelta (qué maja, hacía las funciones de despertador) y la mayoría de la gente en ese tren se bajaba en Cannes (nosotros aún seguíamos unas cuantas paradas más allá, hasta el final del trayecto).
10.45. Llegada a Grasse (ciudad que creo que hace todos los jabones y perfumes del mundo). Tenemos todavía 20 minutos para coger el bus que nos llevará al siguiente pueblo. De todos modos, como no es cuestión de arriesgar, buscamos la parada y esperamos pacientemente al bus que debería pasar por allí a las 11.05. Esperamos, lo vemos venir, allá viene el 34 (¡qué puntual! - pensamos-)... y allá pasa de largo el 34. De todos los que estamos en la parada (unos 8 apalominaos) nadie le ha hecho una señal al busero, y en esta ciudad (de no más de 50mil habitantes) tienen la costumbre de hacerle una señal al bus para que pare porque si no... pasa de largo. Pienso que este detalle debería de venir señalizado en la guías, porque hasta el momento sólo lo había visto en grandes ciudades... (dos minutos más tarde reacciono y pienso en cómo no caí en la cuenta si justo hacía un rato me había llamado la atención que una chica en la para de enfrente lo hiciera, pero no até cabos, en fin).
Como tenemos 1h y 1/2 hasta el siguiente bus (sí, es que no hay muchos), decidimos cambiar de ruta e ir haciendo un pequeño trasbordo. Cogemos otro bus hasta la estación de autobuses, buscamos durante media hora la parada de otra línea (de verdad, yo cuando jugaba a los Playmóbil o a los Pin y Pon tenía las ciudades mejor organizadas), y el tiempo restante lo dedicamos a conocer un poco la ciudad (visita express, recordad que voy con made in Japón), compramos un bocadillo y volvemos a coger el autobús (esta vez con la lección bien aprendida). Ah! también nos dio tiempo para que la japonesa probara por primera vez las pipas (las cuales pretendía comerla con cáscara) y las avellanas. Finalmente creo que se ha vuelto adicta a las pipas.
12.45. Llega el bus puntual (como no). Empezamos a hacerle señales allá cuando venía cruzando la frontera con España y nos vamos para el pueblo a donde llegamos 40 minutos más tarde.
13.25. Y una vez que estamos en Saint Cézaire, preguntamos cómo llegar. La cara de estupefacción que se le quedó al señor del mercado cuando se enteró de que iríamos a pie era para haberle sacado una foto (son unos 2km, nada que no se pueda hacer en media hora). Nos da las indicaciones (yo me perdí cuando dijo la primera vez "torcéis a la derecha"), pero como soy de la filosofía de "malo será", nos lanzamos a la aventura (sin mapa).
XX:XX No me preguntéis qué hora era, porque creo que empecé a delirar con el sol (finalmente opté por hacerme un gorro con una camiseta que llevaba de sobra por si la necesitaba al bajar a las cuevas -->; en la página web decían literalmente que lleváramos ropa de abrigo). Imaginemos que son las 2 de la tarde, y allá vamos por caminos de cabras y carreteras rurales en donde hay una casa sólo cada 500 metros (pero sin gente aparentemente dentro). De repente todos los carteles indicadores a las grutas desaparecen (aunque yo reconozco el camino que ha hecho el bus y me doy cuenta de que estamos desandando lo andado en bus...). Así llegamos a una intersección de 4 caminos, ¿y cuál coger?. La elección se vuelve más sencilla cuando uno se llama "Ruta de las Cuevas" y otro "Camino hacia las Cuevas". Nuestro sentido de la orientación nos dice que vayamos por uno, empezamos a andar y en esto vemos a unos niños con pinta de ser por allí en bici. Les preguntamos por dónde se va y nos dicen que vamos bien, que todo recto. En ese momento mi ego creeeece enormemente (yo, que no me oriento ni con GPS). Pero al cabo de un rato eso se va haciendo cada vez más oscuro y cuando vemos un coche decidimos preguntar de nuevo. "Sorprendentemente" nos manda en dirección contraria. Volvemos hacia atrás (creo que ya llevamos en total una hora de caminata) y retomamos el camino que habíamos dejado.
Por fin, al cabo de media hora llegamos a las cuevas (y yo pensé en ese momento que como no valieran la pena denunciaba a la revista que nos "incitó" a ir). Cuando estamos cerca vemos que a 1 minuto a pie hay una parada de autobús a dónde podríamos haber llegado en el bus que habíamos cogido (y para los que se crean que para volver podríamos ir cómodamente en bus, pues no, porque por ese sitio sólo pasa dos veces al día --> no entiendo el sistema de buses de aquí, resumidamente es que según el día y según el horario, una misma línea de autobuses llega más o menos lejos).
15.30h. Tras comer un bocadillo enoooorme (y eso significa del largo de una flauta y del ancho de una barra de pan de las de toda la vida), entramos en las cuevas. La visita guiada dura uno 20 minutos pero el sitio es precioso y las explicaciones increíbles (nosotros vamos con un espeleólogo de profesión que ahora está "descubriendo" unas rutas alternativas de modo que en unos años se podrán visitar 5km más de grutas).
Al cabo de 20 minutos la visita se ha terminado, pero la caminata ha merecido más que la pena. Ahora sólo toca volver a pueblo (andando) y hacer el camino hasta casa a la inversa.
Eso sí, os dejo antes 2 regalos de la visita:
El primero es "Jules", el fantasma de las grutas. Se trata de un fantasma formado a partir de estalactitas y estalacmitas de calcio (sí, como el de las lavadoras). Lo curioso es que él es blanco (aunque en la imagen salga rosado) porque se formó a partir de una fisura en piedra con composición principal de calcio (o algo así) entre toda la tierra rojiza (la cual contiene un importante componente de hierro).
En cuanto al 2º regalo. Primero dadle al play y luego hablamos.
Una vez en el pueblecito como teníamos todavía un rato nos fuimos nuevamente de ruta. Visitamos las típicas iglesias de siglo XII (he visto más iglesias en la última semana que en los últimos 10 años) y descubrimos una nueva ruta de montañismo (la situación es que estábamos en la cima de una montaña y había la posibilidad de bajar hasta el río y subir, pero decidimos dejarlo para otra visita).
El resto de la visita se saldó sin más incidentes (exceptuando un incidente con una de mis zapatillas que probó parte de la naturaleza y tuve que lavarla en unos lavaderos públicos que había afortunadamente en el pueblo -->; lo cual me recuerda a algo que me sucedió hace años en París).
El viaje de vuelta (en bus, por el módico precio de 1 euro como ya dije en post anteriores -creo-) simplemente lo dormimos. Eso sí, cuando llegamos aún tuvimos fuerzas para salir a cenar un Sushi que para mi sorpresa (y la de la japonesa) al parecer no era sushi (según la experta). Y con el estómago lleno para la cama me fui, ya que al día siguiente había prometido a la suiza y su amiga descubrirles una playa con arena.
Y mañana ya por fin, de vuelta a casa.
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Notas aclaratorias:
- Los pobres chicos de la bici nos habían indicado bien el camino hacia las grutas, era otro alternativo al que nos dijo el señor del coche. Lo que sucedió finalmente es que es como si fuéramos de Galicia a Barcelona pasando por Madrid, y cuando llegas a Madrid alguien te dice: "ah si, para hacer el trayecto Galicia-Bcn tienes que ir todo por el norte" Y tu das la vuelta.
- Las grutas se encuentran a 40 metros bajo tierra. El agua que veíamos caer allí dentro pertenecía a la lluvia caída ¡hacía un mes!
- ¿Sabéis que cada estalactita crece al ritmo de 1 milímetro por siglo (sí, un milímetro cada 100 años, habéis leído bien).